MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS

 

 

 

 

 

 

 

LA HISTORIA REAL DEL GENERAL CUSTER

 

 

Aunque todo el mundo se refiere a él como el general Custer, el conocido militar norteamericano que murió el 25 de junio de 1876 a manos de los indios en la batalla de Little Big Horn no lo era en esos momentos. George Armstrong Custer  fue ascendido a general de brigada con tan sólo 23 años, siendo entonces el general más joven de ese momento. Sin embargo, sus titubeantes inicios en la carrera castrense no presagiaban la brillante carrera que luego llevaría a cabo. Se graduó en la academia militar de West Point, obteniendo el último puesto de su promoción. Además su expediente no estaba precisamente impoluto; reflejaba un total de 726 faltas cometidas durante los cuatro años que estuvo en la academia, la mayoría de ellas causadas por su afición al whisky. Pero durante la guerra de Secesión, que estalló el mismo año en el que se graduó, Custer demostraría una valentía fuera de lo común. Sus actos de heroísmo le valieron sucesivos ascensos, hasta alcanzar en tan sólo un año el grado de general de brigada, convirtiéndose por méritos propios en el general más joven. No obstante, tras el final de la guerra y para adaptarse al tiempo de paz, el Ejército norteamericano sufrió una reorganización que alteró toda la estructura militar. Custer fue uno de los más perjudicados, puesto que se vería rebajado a capitán. En ello también tuvo que ver el hecho de que fuera sometido a un Consejo de Guerra en 1866, al haber dejado su puesto para encontrarse con su esposa. Posteriormente, en 1868, volvería a ascender, en este caso a teniente coronel, tras la recomendación del general Sheridan, que había combatido junto a Custer durante la guerra civil. Ese sería el rango con el que acabaría perdiendo la vida en la famosa batalla durante la segunda guerra sioux. Custer fue enviado con 600 hombres del Séptimo de caballería a explorar el río Little Big Horn. Tenía previsto reunirse con otras dos columnas del Ejército. Pero al llegar al río se encontró con 3.500 guerreros sioux, ayudados en esta ocasión con los cheyennes y con los míticos jefes Toro Sentado y Caballo Loco al frente. Custer cometió el error de dividir su pequeña fuerza en tres grupos, encabezando una de ellas y dejando las otras dos al mando del comandante Reno y el capitán Benteen. Los indios impusieron su superioridad numérica y aplastaron a los tres grupos. La imagen que ha pasado a la historia es la de Custer rodeado de guerreros indios. Resistió una hora los ataques hasta que, agotada la munición, cayó muerto. De todos modos, se desconocen las circunstancias exactas de su muerte, puesto que hasta nueve guerreros se vanagloriaban de haber matado a Custer, llamado "Cabello Largo". Un arapaho llamado Waterman explicó después que vio "a Custer en el suelo, apoyado en sus manos y rodillas, con una herida de bala en el costado. Le salía sangre de la boca a borbotones, mientras contaba tan sólo con la protección de cuatro de sus hombres, mientras miraba desafiante a los indios que le tenían rodeado". El primer hombre blanco que vio el cadáver de Custer fue el teniente James Bradley, que llegó al lugar poco después de la batalla. Según su testimonio, "la expresión del rostro de Custer no expresaba odio o terror, sino más bien una inmensa paz". Bradley confirmó la apreciación del indio Waterman, al comprobar el orificio de bala que tenía en el costado izquierdo, cerca del corazón. Además, presentaba otra herida de bala en la sien izquierda. Según el perspicaz Bradley, la bala del costado fue disparada a cierta distancia por un rifle Henry o Winchester, y probablemente le ocasionó la muerte, mientras que el disparo en la sien pudo haber sido un disparo de gracia. ¿Quién lo hizo? ¿Fue un indio, uno de los hombres de Custer para evitarle más sufrimientos o, por qué no, el propio Custer?.... Nunca se sabrá. Otro oficial, el sargento Knipe, ofreció también una descripción de lo que halló en el campo de batalla. Según él, "el cuerpo de Custer estaba desnudo, conservando tan sólo los calcetines. El cadáver descansaba sobre los cuerpos de tres soldados, y sólo una parte de su espalda estaba en contacto con el suelo". Curiosamente, la suela de una de sus botas estaba cerca de él; probablemente, el cuero de la bota había sido arrancado por un indio para confeccionarse unos mocasines. El cadáver de Custer no sufrió las mutilaciones de que fueron objeto otros de sus compañeros. Pero, al parecer, unas mujeres indias perforaron sus tímpanos para que no pudiera oír nada en la otra vida. Una cuestión interesante es saber si a Custer se le arrancó la cabellera. La versión oficial asegura que no sufrió está costumbre india. Un guerrero indio llamado "Lluvia en la cara" lo confirmó, afirmando que no se le cortó el cuero cabelludo en reconocimiento al valor que demostró en la batalla. En realidad, lo más probable es que el motivo de que su cabeza conservase el cabello fuera el hecho que Custer se lo cortase poco antes de marchar a esa campaña. Aunque la iconografía muestra siempre a Custer resistiendo los ataques indios con su larga cabellera rubia, en realidad ese día llevaba el pelo muy corto, lo que posiblemente disuadió a los guerreros indios en su propósito de llevarse el trofeo.

 

 

 

 

Dos leyendas se ofrecen en esta extraordinaria película: El aventurero de Tasmania, Errol Flynn y el australiano General Custer...¿ Quien mejor que Flynn para dar vida al rebelde militar?, nadie, porque el actor baña al personaje del atractivo y la presencia de un inolvidable Errol. Flynn fue en si una leyenda… formando parte de la “séptima de los magníficos” galanes cotizados por excelencia que no volverán. Al pensar en esto, experimento una extraña sensación, una mezcla de alegría, y nostalgia, una especie de dulce melancolía, por esos actores que bordaron con hilo de oro sus interpretaciones, a los que llamo.. !!!Los siete magníficos !!!... Ronald Colman, Humprey Bogart, Tyron Power, Gary Cooper, Cary Grant, Clark Gable.... Todos han desaparecido, cayendo en los océanos del tiempo como en la batalla de Litle Big Horn, pero al igual que el general Custer son inmortales; ¡viven en la mente cinética!, de todos los que adoramos el cine. El film es una biografía muy particular del general George Amstrong Custer, desde su ingreso en la academia militar de West Point hasta su muerte, junto a todo el Séptimo Regimiento de Caballería. A pesar de la manipulación de los hechos reales de la historia, con objeto de mitificar la figura del General Custer, que posteriormente otros directores se encargarían de dar su versión, como Arthur Penn en "Litle Big Man" y Robert Siodmak en "Custer of the West" el film del que hablo, pienso que debería formar parte de la galería de películas míticas por diversas razones: Una magistral dirección de Raoul Walsh en su primera colaboración con Errol Flynn, que conduce con mano maestra la historia por una fascinante alternancia de géneros, viajando imperceptiblemente de la comedia al drama intimista, de la aventura al western y del cine bélico al drama épico...Excepcional banda sonora de Max Steiner, tanto en el lirismo exquisito del tema romántico, como en el épico final, donde la alternancia de la famosa canción del Séptimo de Caballería "Garry Owen", se une a los temas indios, adquiendo matices de tragedia épica. Una excepcional interpretación de todo el reparto, desde Errol Flynn que presta a Custer su dinamismo y simpatía características, a Olivia de Havilland en su última colaboración con Flynn, que compone un tierno y valeroso personaje de Beth, la hermosa, valiente y leal compañera de Custer, pasando por los excepcionales Arthur Kennedy y Anthony Quinn en papeles secundarios, pero determinantes para el desarrollo del film.

 

 

 

Es una excelente película y la prueba más palpable de que el cine no debe estar comprometido con la realidad histórica, para crear con verosimilitud y sentido artístico y narrativo sus propias historias. En algunas ocasiones -no tan frecuentemente como algunos creen-, el arte puede rectificar la historia y crear una imagen que tiene más fuerza que la verídica. Eso pasa con el “Poema de Mío Cid”. Otro de esos escasos milagros ocurre con “Murieron con las botas puestas”, George Armstrong Custer ya no será nunca él, es Errol Flyn, un actor que nació para interpretar el papel. Rodada en la época dorada de la Warner, por el mismo productor de “Casablanca”, “Murieron con las botas puestas” representa como pocas el apogeo del cine de estudio donde un grupo de profesionales cumplía su trabajo de forma eficiente. Tenemos al director, un Raoul Walsh, en una de sus grandes películas de siempre, que consigue que hasta el mismísimo John Ford tuvo que copiarle en muchos sentidos con su “Fort Apache”. Por cierto, el fotógrafo de esta película, era el habitual colaborador también de Ford. El caso es que Walsh homenajea a su maestro David W. Griffith, brindándonos un espectáculo con mayúsculas. Muchas veces hablamos de química entre los protagonistas, esa palabra hay que reservarla para lo que vemos entre Errol Flynn y Olivia de Havilland, su última escena de despedida forma parte de los momentos más románticos de la historia del cine. Inolvidable. Pero es que además es una película que transmite una emoción y una viveza increíbles, con un ritmo que no decae en ningún momento, lo que llaman los americanos película física, y con una fe en el hombre verdaderamente extraordinaria, también es una gran historia de amor. Notable film que narra la vida y milagros del General Custer hasta su derrota. Sobra apuntar que el retrato es más fruto de la imaginación del guionista y del director que de la realidad histórica. Hollywood necesitaba héroes y quien mejor para encarnar al impetuoso Custer que Errol Flynn. El arranque tiene mucho de comedia. Observar la entrada de Custer en West Point... !!digno de aplauso !!!.

 

 

Murieron con las botas puestas contiene escenas inolvidables: el primer encuentro de Custer con el amigo inglés al piano, que nos lleva a escuchar por vez primera en el film, la bella y famosa canción Garry Owen; la memorable, exquisita y educada ceremonia con la que los caballeros del sur se retiran de West Point al mando del entonces capitán Lee, mientras suenan los primeros compases Dixie, es sin duda lo mejor; las secuencias épicas no tienen nada que envidiar a la vanguardia del momento; y por supuesto cuando Garry Owen suena de nuevo en un polvoriento cuartel sobre las praderas de Dakota. Destacar el breve pero correcto papel del incombustible Anthony Quinn como Toro Sentado y a la siempre estimulante Olivia de Havilland como mujer de Custer. Gran producción para la época con resultado satisfactorio. Es sin lña menor duda, uno de los mejores westerns del realizador Raoul Walsh. Escrito por Wally Kline, Aeneas MacKenzie y Leonore Coffee, que se inspiran libremente en el personaje histórico y en la voluntad de crear un relato interesante desde el punto de vista cinematográfico al margen de la historia. Se rueda durante los meses de verano de 1941 en exteriores de las localidades californianas de Pasadena, Busch Gardens y Midwick Country Club, Iverson Ranch y West Hills y en los platós de Warner Studios. Producido por Hal B. Wallis para la Warner, se proyectó en sesión de preestreno el 21-XI-1941, en la ciudad de Nueva York... La película se divide en cuatro partes: estancia en la academia militar, participación en la guerra civil, regreso a su ciudad natal desde donde lucha contra oportunistas y ventajistas sin escrúpulos y, finalmente, la reincorporación al servicio activo en el Ejército como comandante de Fort Lincoln.

 

 

 

 

El personaje de Custer contiene una parte de realidad y una pequeña dosis de ficción. El sentido épico de la película se apoya en los rasgos singulares del protagonista que encarna Flynn: arrogante, poco disciplinado, aventurero, anárquico, autodestructivo, aficionado al alcohol, pero noble, honesto y heroico. A Walsh le interesó mostrar las contradicciones del protagonista, su carácter impulsivo y caprichoso, su sentido romántico de lucha por altos ideales de justicia y su dimensión trágica, que lo engrandece. El film suma drama, romance, guerra, western y tragedia. Intercala escenas de acción trepidante y escenas románticas, que adereza con oportunos toques de humor. Sobresalen las secuencias de las batallas, en las que el veterano Walsh ofrece movimientos rápidos, ordenados y de desbordante belleza plástica. Los planos que describen la batalla final constituyen una muestra admirable de buen cine bélico. Es memorable la escena de la despedida de George y Beth, en la que se mezclan dolor y entereza, presentimientos y certezas, sinceridad y ocultación, hasta que la cámara se aleja lentamente para dar paso a un fundido emocionante. Todo lo que puedo decir de ella es maravilla tras maravilla, ya que es un peliculón desde el principio hasta el final. Película dramática de una gran calidad, pero que en ella se ve todo lo bueno que nos puede dar el cine, y es mezclarlo con una acción sin efectos especiales, con un romanticismo clásico y una trama muy bien llevada, sin giros, como se hace últimamente. El desarrollo es perfecto, ya que nos hace una introducción larga para conocer mas a los personajes, un desarrollo enmarcado con acción y un final épico de esos que no se olvidan. Toda ella en conjunto, es lo que hace que sea un peliculón, y aunque tiene escenas clásicas del cine de mis recuerdos, me quedo con toda ella porque el conjunto me sigue deslumbrando. Quiero reiterar que, es una pena, que hoy en día no se hagan películas de este estilo, tan grandiosas y alejadas de los avances tecnológicos, porque este tipo de películas es magia, donde se cuenta una historia con el ánimo de fomentar nuestro amor al cine y sobre todos a los clásicos.

 

 

 

Se trata de una  PELÍCULA que en su época contribuyó a hacer muy grande el cine. No es, ni lo pretende ser, un documental histórico sobre el General Custer y tampoco sobre la batalla de Litle Big Horn como han intentado hacernos creer machaconamente muchas personas que no son capaces de comprender todavía que es el CINE, que son las PELÍCULAS y porqué un film no tenga que ajustarse con puntos y comas al desarrollo pormenorizado y en el tiempo de unos hechos. Como ya han comentado algunos críticos, es magistral la dirección de Raoul Walsh, magistral la interpretación que Errol Flynn, dulce como siempre Olivia de Havilland, excepcional banda sonora y finalmente el lujo de contar con Arthur Kennedy, Charles Grapewin, Gene Lockhart, Anthony Quinn.... Una maravillosa película para seguir viéndola en butaca cada cierto tiempo. Si puede ser en familia mejor. Si se quiere poner un ejemplo de cómo el cine no tiene porqué ser esclavo de la historia, “Murieron con las botas puestas” resulta idóneo. De cómo el arte rectifica la historia, la sustituye por lo que nos transmite ese arte que es la leyenda. Esta no es la biografía total Custer, tampoco presume de ello, es la epopeya de un militar, encarnado por un Errol Flynn que transmite ingenuidad, pero de un humanismo extraordinario. Es curioso como los grandes cineastas pueden plegarse a los convencionalismos del Estudio, sin renunciar ni un ápice a su personalidad creativa. Hoy en día se considera que el verdadero artista no puede plegarse a nada, no puede trabajar con obras de encargo, todo eso es una falacia. Aquí vemos a un creador muy personal que conserva todo el vigor de su estilo, sin dejar de ser un film con sello Warner. Diego de Velázquez fue unos de los pintores más grandes de la historia, este gran artista tenía que pintar de encargo para el rey Felipe IV, el tío más feo de todos los reyes habidos, Velázquez trabajaba para la corte y ahí quedó su legado y su estilo inconfundible....y en el Museo del Prado se puede apreciar. Se ha tachado a Walsh de reaccionario cuando es un film con una fe extraordinaria en el hombre, el poder del individuo frente al sistema corrupto, denunciando las componendas y los enjuagues políticos. A veces la miopía ideológica no permite admirarla como una obra de culto absoluta.

 

 

 

Tal y como sucede en otras historias con trasfondo histórico, aquí sólo se salvan algunos retazos como fieles a lo que verdaderamente sucedió. El personaje de Custer está algo idealizado, pues el general llevaba los cabellos largos, de ahí el apodo dado por los indios, gustaba de los uniformes muy ornamentados y era valiente como pocos en el combate. Sin embargo, su desprecio hacia los indios, así como su altanería y arrogancia no se corresponden con la interpretación de Flynn. A destacar la breve aparición del jovencito Anthony Quinn como el jefe Caballo Loco, demasiado fugaz como para cantar excelencias, pero sobrio y adecuado. Al hilo de otras películas interpretadas por la pareja, la película alterna situaciones desenfadadas con vibrantes escenas de acción, lo cual la sitúa a la altura de los míticos westerns de Hollywood. Constituyó para niños de varias generaciones, yo entre ellos, el ideal de escenas de batallas entre la caballería americana y las naciones indias de las praderas. En este sentido, la película hace justicia, aunque con barniz, a la verdadera causa de estas guerras: la codicia y la ambición de los blancos, encarnados aquí en el malvado personaje de Arthur Kennedy, que también constituye un canto a unos héroes del ejército americano que tuvieron muy poco como tales y  murieran con las botas puestas.

Hacer una crítica sobre esta película es muy sencillo, ni siquiera hace falta describirla o analizarla al completo, simplemente con todo lo dicho anteriormente, nos da una idea de lo que es el buen cine clásico, por una parte son recuerdos de cinéfilos maduros y por otra para los espectadores jóvenes que empiezan a saber lo que es el cine y su magia.

 

Película en la que Walsh intenta dar alma y justificaciones nobles al comportamiento bélico de los nativos, el director declaró años más tarde:

-" La mayoría los westerns habían representado al indio como un salvaje pintado y vicioso. En esta película traté de mostrarlos como individuos que sólo se vuelven violentos cuando sus derechos según lo definido por el tratado fueron violados por los hombres blancos "-.

 

 

 

 

Reseñable es el modo en que el realizador sutilmente arremete contra el capitalismo salvaje, el inhumano que por hacer crecer sus beneficios no duda en provocar guerras, asimismo en esta envenenada crítica se ataca a los políticos oportunistas, a la corrupción del poder, el que se deja mangonear por intereses espurios, a las connivencias entre las empresas y los estados. La cinta como ya he dicho tiene tramos innecesarios de relleno que entorpecen la evolución de la narración, como es el bloque de la vida civil de Custer, con unas intrigas políticas simplistas; Tampoco el humor es homologable al XXI, bastante plano, que no mueve más allá de una mueca; esto del humor tiene su derivada racista, aunque tiene el perdón del contexto en que se hizo, ello en varias vertientes, Hattie McDaniel en un rol similar a “Lo que el viento se llevó”, Tio Tom ingenuo que está para servir al blanco, o con el camarero negro tartamudo del que se ríe Errol Flynn, o como Custer llama “chico” a Toro Sentado, marcando esto estereotipo xenófobo; También elementos narrativos poco creíbles, como que Custer puede ir a la academia militar con varios perros; o el modo tan vergonzante en que Custer atrapa a Caballo Loco, una escena risible, como te puedes creer que este indígena pudiera liderar a miles de guerreros?; La huida de Caballo Loco del fuerte es de lo más penosa, primero el modo en que lo sacan de la celda. Licencias que se toma el director, sin que por ello deje de ser una extraordinaria película, por la cual no pasa el tiempo.

En el rodaje de la Batalla de Little Big Hoirn, Walsh utilizó más de 1.000 extras, mayoría filipinos, duplicando los sioux porque sorprendentemente, sólo 16 Sioux reales de la reserva en South Dakota Fort Yates respondieron a la llamada de casting, el resto, presumiblemente, se negaron a insultar los recuerdos de sus antepasados. Docenas de dobles se lesionaron en las caídas, tantos que el estudio tuvo que instalar un hospital de campaña en la localización para atender las lesiones diarias, con médicos, enfermeras y veterinarios, asistiendo a jinetes y caballos cojeando. De hecho, tres especialistas murieron durante el rodaje de la filmación de la batalla, uno de un cuello roto, otro de un ataque al corazón y otro empalado en su propia espada. Según la Academia, ponerse las botas significa «enriquecerse o lograr extraordinaria conveniencia», o «sacar gran utilidad o provecho de alguna empresa». Y, sinceramente, eso es lo que yo pieso con este tipo de cine sumamente artístico, equilibrado y consistente. La verdad, siento que salgo reforzado a nivel sentimental, intelectual y vivencial cada vez que me topo con una película de estas características y de semejante calibre. No solo me sirve para apreciar el incalculable valor cinematográfico que estos films, sino que directamente me dejan con una sonrisa en la cara y amando mas si cabe todo lo relacionado con lo que es el séptimo arte....!!! MAGIA !!!.

 

 

 

En la batalla final Custer ya conocía su trágico destino, pero su sacrificio no fue inútil puesto que logró salvar a otro regimiento del ataque de los indios. En su legado se recoge que todas las profecías que aventuró se hicieron realidad poniendo en evidencia a los congresistas en Washington que se negaron a creer sus acertadas previsiones sobre el conflicto con los indios a raíz de la ilusoria fiebre del oro en las Colinas Negras, territorio sagrado de los indios, pero en realidad era un bulo auspiciado por la poderosa compañía del ferrocarril en su expansión hacia el Oeste.

 

 

 

Películas míticas y monumentales como «Murieron con las botas puestas» no necesitan, desde luego, ninguna reivindicación desde mis escritos, pero voy a practicar una pequeña defensa en vista de algunos de los comentarios. La verdad es que los paralelismos o divergencias históricas entre el George Armstrong Custer real y el que interpreta Errol Flynn en la película me interesan. La función principal del cine no es plasmar la realidad en la pantalla sino, justamente, crear una realidad paralela que durante unas dos horas nos abstraiga de aquella. Por otro lado, veo con estupor cómo se acusa a directores como Raoul Walsh y con él a John Ford, William Wyler, Michael Curtiz y algunos más, de ser meros fabricantes de simples mercenarios a las órdenes de los estudios. Se suele decir de estas películas que «eran encargos», y que muchos de estos cineastas «se vendían a las imposiciones ultra conservadoras de los productores». Me parece que, en este sentido, se pierde algo de perspectiva. Lo que ocurre es que eran cineastas inconmensurables y de una versatilidad impresionante. Su talento era tan grande que podían ajustarlo a las necesidades de un gran estudio y, aun así, ofrecer obras de arte que no están desprovistas de su sello fílmico ni de los mimbres que componen una excelente narración cinematográfica. Eran directores todo terreno para quienes la construcción de la historia era prácticamente una religión, algo que estaba por encima de sus ideologías o de sus veleidades como creadores.

 

Eran artesanos, y sus películas resultan,  maravillosas piezas de artesanía y de un culto indiscutible.

 

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